Durante el verano de 2025, San Juan se ha convertido en el epicentro de una celebración sin precedentes: la residencia de Bad Bunny en el Coliseo de Puerto Rico. No se trata simplemente de una serie de conciertos, sino de un acto de afirmación cultural, política y social que, noche tras noche, reúne a miles de personas bajo un mismo sentimiento: el orgullo de ser puertorriqueño.
Una fiesta para y por la isla
Anamaria Sayre, periodista de NPR y testigo directa de varias funciones, lo resumió sin titubeos: “Es la fiesta del verano, tal vez del siglo”. La serie de conciertos, diseñada para el público local, fue mucho más que música: se convirtió en una guía viva de Puerto Rico, un recorrido por su historia, sus luchas y sus sonidos.
Desde el primer momento, Bad Bunny dejó claro el mensaje. Las primeras palabras que pronunció en el escenario fueron “Estamos aquí” y “Estamos en casa. No me quiero ir de aquí”. Esa declaración, simple pero cargada de significado, encendió al público. El concierto no era un evento turístico ni una producción diseñada para el consumo externo: era un homenaje íntimo, potente y profundamente local.
El “Día de la Puertorriqueñidad” en esteroides
Para Erika Rodríguez, fotógrafa, periodista y plenera, la experiencia fue como “el Día de la Puertorriqueñidad en esteroides”. Esa celebración escolar, marcada por trajes típicos y símbolos folclóricos, se transformó en el Coliseo en un despliegue de música, política y orgullo.
El espectáculo arrancó con el músico Gastón interpretando ritmos de bomba, rindiendo homenaje a las raíces afro-puertorriqueñas. Lo que siguió fue una mezcla sin precedentes: salsa, plena, bomba, reguetón y fusiones inesperadas, como una versión en gran formato de “Callaíta” al ritmo de big band salsa. Cada género, antes marginado o limitado a ciertos contextos sociales, encontró un lugar protagónico en el escenario más importante de la isla.
Orgullo, identidad y mensaje político
Más allá de lo musical, Sayre afirma que el concierto fue un discurso. Bad Bunny, consciente de su influencia, entretejió símbolos, referencias históricas y llamados a la defensa de la tierra y la identidad. El evento sirvió como plataforma para recordar que Puerto Rico es mucho más que un destino turístico: es una comunidad con historia, talento y corazón.
Para los asistentes, el sentimiento era unánime. La experiencia no se reducía a ver a un artista famoso; se trataba de verse reflejados en su propuesta, de escuchar su propia historia narrada a través de canciones y colaboraciones. Incluso quienes no eran fans declarados salieron impactados por la magnitud y la intención del espectáculo.
La música como hilo conductor de la memoria colectiva
Uno de los elementos más potentes del concierto fue la inclusión de artistas invitados, tanto consolidados como emergentes, que aportaron autenticidad y diversidad a la experiencia. Cada noche, Bad Bunny cedía parte de su espacio para que otros músicos interpretaran sus propias piezas.
Entre los momentos más destacados estuvo la participación de Los Pleneros de la Cresta, que llevaron al público a un viaje por la plena tradicional, y del legendario salsero Gilberto Santa Rosa, quien interpretó “La Agarro Bajando”, desatando la euforia colectiva. Estas intervenciones no eran simples interludios, sino recordatorios de que la música puertorriqueña vive y se reinventa.
Un motor económico y social
El impacto de la residencia no se limita al ámbito cultural. Según estimaciones, la serie de conciertos podría inyectar más de 300 millones de dólares a la economía local. Hoteles, restaurantes, transporte y comercios se beneficiaron de la llegada de visitantes, tanto de la isla como del extranjero.
Pero tal vez el efecto más significativo sea el social. En un contexto donde muchos jóvenes sienten que deben emigrar para prosperar, Bad Bunny envía un mensaje claro: Puerto Rico es un lugar donde vale la pena quedarse, invertir y construir futuro.
La periodista Sayre lo define como “construir capital social”: una forma de reforzar la autoestima colectiva y de empoderar a una generación que ha vivido huracanes, apagones y crisis económicas. Para muchos, este tipo de eventos no solo entretiene, sino que cambia la percepción sobre lo que significa vivir y trabajar en la isla.
Generaciones unidas por la música
Uno de los aspectos más sorprendentes fue la diversidad del público. No solo acudieron jóvenes seguidores del reguetón: familias enteras, abuelas, padres e hijos compartieron la experiencia. Varias personas entrevistadas coincidieron en que asistieron para “estar con su gente” y celebrar juntos, sin importar la edad o el lugar en el que se encontraran en el coliseo.
Incluso quienes no conocían la música de Bad Bunny asistieron para presenciar cómo un compatriota, convertido en estrella global, regresaba a casa para rendir homenaje a su cultura. Una mujer mayor, con andador, lo resumió así: “Quería ver cómo mi gente estaba siendo representada”.
La salsa y otros géneros en proceso de reivindicación
La residencia también contribuyó a revitalizar géneros que, durante décadas, fueron considerados “del barrio” o relegados a un segundo plano. La salsa, por ejemplo, está experimentando un renacer entre las nuevas generaciones.
Rafael Cancel Vázquez, creador del evento “Cambio en Clave”, explica que antes la salsa se percibía como música de supermercado o de ambientes poco prestigiosos. Ahora, gracias a iniciativas culturales y a la visibilidad que le da Bad Bunny, la juventud la ve como una expresión poderosa de identidad. Este cambio de percepción podría tener un impacto duradero en la escena musical local.
Músicos como agentes de cambio
El ejemplo de Los Pleneros de la Cresta es ilustrativo. Además de participar en el espectáculo, han lanzado “Ruta”, un proyecto turístico-cultural que lleva a visitantes a su pueblo natal para conocer la historia, la música y las tradiciones del campo puertorriqueño. Parte de los ingresos se destina a restaurar un instituto cultural local.
Esta combinación de arte, educación y desarrollo comunitario refleja cómo los músicos están asumiendo roles que trascienden el escenario, actuando como promotores culturales y motores de cambio social.
Un mensaje que trasciende fronteras
Aunque profundamente anclada en la experiencia puertorriqueña, la residencia resuena en toda América Latina. El álbum que inspira estos conciertos incluye temas que abordan el desarraigo y la pérdida del hogar, sentimientos compartidos por millones en la región.
La venezolana María Corina Ramírez relató cómo su madre llora cada vez que escucha “Lo Que Le Pasó a Hawaii”, una canción que habla del dolor de abandonar la tierra natal. Para quienes han tenido que emigrar, estas letras no son solo poesía: son un reflejo de sus vivencias.
Turismo responsable y orgullo regional
Lejos de temer una invasión turística que altere el equilibrio local, muchos asistentes ven en estos conciertos una oportunidad para mostrar al mundo un Puerto Rico auténtico, siempre que los visitantes actúen con respeto. La llegada de público desde otros países latinoamericanos podría fortalecer lazos culturales y económicos, y servir de ejemplo para otros artistas que quieran invertir en su lugar de origen.
El legado de la residencia
Cuando el último acorde resuene en el Coliseo, el verdadero impacto de la residencia de Bad Bunny se medirá no solo en cifras económicas, sino en cambios culturales y sociales. La revitalización de géneros musicales, el fortalecimiento del orgullo identitario y la visibilidad internacional de Puerto Rico son solo algunos de los logros que ya se perciben.
En un momento histórico marcado por la migración, la desigualdad y la globalización cultural, este evento demuestra que la música puede ser un vehículo para el cambio real. Bad Bunny no solo ha ofrecido un espectáculo memorable: ha encendido una llama de pertenencia y esperanza que podría inspirar a futuras generaciones de artistas y líderes.
