El 97% de las personas no distingue entre música creada por IA y música humana

La delgada línea que separa la creatividad humana de la inteligencia artificial en la música parece estar desvaneciéndose. Un nuevo estudio realizado por Deezer en colaboración con Ipsos revela que el 97% de las personas no puede diferenciar entre una canción compuesta íntegramente por IA y una creada por un artista humano. Más allá del dato sorprendente, los resultados reflejan un sentimiento global de inquietud, confusión y demanda de transparencia en una industria que vive una de sus mayores transformaciones históricas.

El informe, basado en una encuesta a 9.000 personas en ocho países (EEUU, Canadá, Brasil, Reino Unido, Francia, Países Bajos, Alemania y Japón), ofrece un retrato nítido del dilema ético, económico y cultural que enfrenta la música ante la expansión de la inteligencia artificial generativa.

La gran ilusión sonora

El experimento inicial fue sencillo pero revelador: los participantes escucharon tres canciones, dos generadas por IA y una por humanos. Casi todos —un 97%— fallaron al intentar identificar cuál era cuál. Para un 71%, el resultado fue sorprendente, y más de la mitad (52%) se sintió incómoda por no poder distinguir la diferencia.

Estos datos llegan en un momento en que alrededor de 50.000 canciones totalmente generadas por IA se suben cada día a Deezer, representando ya el 34% del total de nuevos contenidos diarios. En otras palabras, uno de cada tres temas nuevos en la plataforma no ha pasado por manos humanas.

El fenómeno ha crecido tan rápido que Deezer se ha convertido en el único servicio de streaming que detecta y etiqueta de forma visible la música generada por IA, un paso que busca garantizar la transparencia para los oyentes y la justicia para los creadores.

Transparencia y ética: la gran demanda del público

Según el estudio, el 80% de los encuestados cree que la música generada íntegramente por IA debería estar claramente etiquetada, mientras que 73% quiere saber si las recomendaciones de su servicio de streaming incluyen este tipo de contenido. La transparencia se ha convertido en una exigencia básica: la mayoría no quiere sentirse engañada por algoritmos que presentan creaciones artificiales como si fueran humanas.

Además, 52% considera que las canciones 100% creadas por IA no deberían competir en los mismos rankings que las obras de artistas reales, y solo un 11% cree que deberían tratarse en igualdad de condiciones.

Estas cifras reflejan un deseo de separación simbólica y económica entre lo humano y lo sintético, una línea que plataformas y sellos discográficos deberán trazar con urgencia.

Un público dividido entre la curiosidad y el rechazo

A pesar de la inquietud, el público no rechaza del todo la música hecha por máquinas. De hecho, 66% de los usuarios de streaming reconoce que escucharía una canción de IA al menos una vez por curiosidad. Sin embargo, un 45% querría filtrar o excluir ese contenido de sus plataformas, y un 40% afirma que saltaría una pista si supiera que fue creada por IA.

El interés inicial parece más motivado por la novedad tecnológica que por un deseo genuino de consumo. La fascinación por lo artificial coexiste con un temor latente: el 64% de los encuestados teme que la IA conduzca a una pérdida de creatividad en la producción musical, y 51% anticipa una avalancha de música genérica y de baja calidad.

La amenaza a los artistas

El aspecto más preocupante del estudio es el impacto percibido sobre la sustentabilidad del trabajo artístico. Un 70% de los encuestados considera que la música generada por IA amenaza el sustento de los músicos, compositores y productores, y un 73% la califica de práctica poco ética cuando se basa en materiales con derechos de autor sin consentimiento.

Aún más contundente: 65% cree que no debería permitirse el uso de obras protegidas para entrenar modelos de IA sin autorización explícita. Y, en términos económicos, 69% opina que las canciones 100% sintéticas deberían recibir pagos menores que las composiciones humanas.

En un contexto donde los modelos de IA se alimentan de catálogos completos sin compensación ni transparencia, estas cifras son una advertencia directa a las empresas tecnológicas y a los legisladores.

Deezer, a la vanguardia del control y la detección

Desde principios de 2025, Deezer ha implementado una herramienta propia de detección de música generada por IA, capaz de identificar pistas creadas por modelos populares como Suno o Udio. La compañía afirma que la tecnología puede ampliarse para detectar nuevos sistemas sin requerir datasets específicos, un avance que ya le ha valido dos patentes en proceso.

Además, la plataforma excluye todas las canciones 100% de IA de sus algoritmos de recomendación y de sus playlists editoriales, evitando que afecten al reparto de regalías. Según datos internos, aunque estos temas representan solo 0,5% del total de reproducciones, hasta un 70% de esos streams son fraudulentos, generados con fines de manipulación o monetización ilegal.

Un desafío sistémico

El problema no es solo tecnológico. Según un informe previo de CISAC y PMP Strategy, elaborado con la participación de Deezer, hasta el 25% de los ingresos de los creadores podría desaparecer para 2028, un equivalente a 4.000 millones de euros, si no se regulan los usos de la IA en el ámbito musical.

El CEO de Deezer, Alexis Lanternier, resume la situación:

“Las personas se preocupan por la música y quieren saber si están escuchando a un artista o a una máquina. Hay inquietud sobre cómo esto afectará el sustento de los creadores y sobre el uso de material con derechos sin permiso. Ver que el público respalda nuestros esfuerzos por la transparencia es alentador”.

La nueva frontera del oído humano

El estudio de Deezer e Ipsos confirma lo que muchos en la industria intuían: la inteligencia artificial ya no solo imita al ser humano, sino que lo sustituye sin que nadie lo note. En un entorno donde la autenticidad se diluye y la sobreproducción amenaza con inundar los catálogos, la verdadera batalla será cultural y ética, más que tecnológica.

La música, ese arte nacido de la emoción humana, enfrenta una pregunta existencial:
¿seguiremos valorando el alma detrás de cada nota, o bastará con que suene bien?