Uno de los paneles más interesantes durante Music Week Poland fue el titulado “¿Cuál es el verdadero valor del streaming?, moderado por Chris Cooke de Complete Music Update, acompañado de Miłosz Bembinow de ZAiKS (Sociedad de Autores de Polonia) y Rachel Cartier, Consultora para las Industrias Culturales.
En la última década, la industria musical ha vivido una transformación radical con el auge del streaming. Plataformas como Spotify, Deezer, Tidal y SoundCloud han permitido el acceso ilimitado a millones de canciones por una tarifa mensual. Sin embargo, este modelo, aunque exitoso desde el punto de vista del usuario, presenta grandes desigualdades en la forma en que se remunera a los artistas.
¿Cómo funciona el modelo actual?
Actualmente, la mayoría de las plataformas de streaming utilizan un sistema de reparto de ingresos llamado modelo prorrateado o “market-centric”. En este modelo, las suscripciones de los usuarios y los ingresos por publicidad se agrupan en un fondo común, y ese dinero se reparte en función del total de reproducciones de todas las canciones disponibles. Es decir, no importa qué música escuches tú como usuario: tu cuota mensual se distribuye proporcionalmente según lo que haya sido más escuchado a nivel global.
Esto favorece a los artistas más populares y con grandes volúmenes de streaming, ya que acaparan una porción mayor del pastel, aunque no todos los oyentes los escuchen. Así, si pagas tu suscripción mensual solo para escuchar a un artista de jazz experimental o a un compositor clásico, es muy probable que tu dinero acabe, en parte, en los bolsillos de sellos multinacionales y grandes artistas pop como Lady Gaga o Taylor Swift.
El modelo centrado en el usuario
Frente a esta situación, algunas plataformas como Deezer, Tidal y SoundCloud han promovido el modelo “user-centric” o centrado en el usuario. ¿Qué propone esta alternativa? Muy simple: que cada euro que paga un suscriptor se distribuya únicamente entre los artistas que ese usuario ha escuchado.
Este enfoque se asemeja más a la lógica del consumo físico: si comprabas un CD de tu banda favorita, el dinero iba directamente a ellos (y sus respectivos titulares de derechos). En el streaming centrado en el usuario, si escuchas exclusivamente a un solo artista, todo tu aporte mensual debería ir a ese artista.
¿Por qué no se ha adoptado este modelo ampliamente?
A pesar de que la idea tiene sentido y ha sido bien recibida por artistas, managers y asociaciones de autores, el user-centric model no ha sido implementado por gigantes como Spotify. ¿Por qué? Según expertos del sector, las grandes discográficas, en especial las majors como Universal Music, no han mostrado entusiasmo por este cambio. Aunque nunca lo rechazaron abiertamente, si realmente hubiesen querido impulsarlo, ya se habría implementado.
De hecho, en lugar de adoptar este modelo, se han creado otros términos como “modelo centrado en el artista”, que introduce umbrales de pago mínimos y favorece a los grandes catálogos. Pero, como muchos señalan, estos modelos no fueron consultados con los artistas, por lo que resulta cuestionable llamarlos “centrados en el artista”. Más bien, parecen estar diseñados para proteger los intereses de los grandes propietarios de catálogos.
¿Qué papel juega la regulación?
Ante la falta de voluntad por parte de algunos actores clave del sector, surge la pregunta: ¿debería intervenir la regulación? Para muchos, la respuesta es sí. Como se comentó durante el panel, la transformación digital se construyó sobre modelos de negocio físicos, como los CD, donde los costes de producción justificaban que las discográficas se quedaran con más del 50% de los ingresos. Pero en la era digital, donde muchos lanzamientos ni siquiera tienen formato físico, esas proporciones ya no tienen sentido.
Además, los compositores y músicos de sesión siguen siendo los más perjudicados. En la mayoría de los países, los músicos de sesión no reciben nada por las reproducciones en streaming. Y los compositores, aunque han ganado algo más con el tiempo, siguen recibiendo una porción mucho menor comparada con la parte que va a las discográficas por la música grabada.
Actualmente los ingresos de las plataformas de streaming se dividen en: 30-35% para la plataforma, 50-55% para las discográficas y 10-15% para las editoriales y compositores. Esta división de los ingresos fue decidida de forma privada entre Spotify y las discográficas durante las negociaciones de licencias que eran necesarias al inicio de sus operaciones para poder tener toda esa música disponible en la plataforma.
Sin embargo, muchos en la industria consideran que esta repartición es desproporcionada. La Asociación Nacional de Editoriales en los EEUU ha estado presionando por años para que esta realidad cambie. La idea de repartir mejor el pastel (re-slice the pie) es urgente y necesita un diálogo abierto y honesto entre todos los actores: artistas, sellos, plataformas y, si hace falta, legisladores.
Un sistema desconectado de la realidad
Otro problema clave del sistema actual es su desconexión con la innovación tecnológica. La industria, como se mencionó en la charla, no supo anticiparse a los cambios y firmó acuerdos con las plataformas de streaming durante los “tiempos oscuros”, cuando el negocio discográfico sufría por la piratería. Pero ahora que las reglas del juego han cambiado, hay una falta de voluntad para actualizarlas.
Y la situación se complica aún más con la llegada de nuevas tecnologías como la inteligencia artificial (IA). Por ejemplo, Deezer ha desarrollado tecnología para identificar si una canción ha sido generada por IA, un avance importante para la ética y la transparencia en el sector. Sin embargo, estas innovaciones no pueden depender únicamente de la buena voluntad de unos pocos empleados apasionados por la música. Se necesita una estrategia común, colaborativa y regulada.
La relación artista-sello y la necesidad de renegociar contratos
Más allá del modelo de reparto, también es fundamental revisar la relación contractual entre artistas y sellos discográficos. Muchos artistas aún operan bajo contratos antiguos que permiten deducciones absurdas, como gastos por arte gráfico o embalaje de CDs, aplicados incluso a ingresos por streaming.
En muchos casos, los contratos no se han renegociado para adaptarse al mundo digital, lo que perpetúa una distribución injusta de los ingresos. Es responsabilidad de cada artista revisar y actualizar sus acuerdos contractuales, y contar con abogados y asesores que entiendan el nuevo ecosistema.
El sistema de remuneración del streaming necesita una revisión profunda. Aunque las plataformas han democratizado el acceso a la música, los beneficios económicos siguen concentrándose en unos pocos. La adopción del modelo centrado en el usuario es una oportunidad real para avanzar hacia una industria más justa y sostenible.
Pero para lograrlo, se necesita más que tecnología y buena voluntad: se necesita diálogo, transparencia, regulación e innovación responsable. Porque si la música sigue evolucionando, también debe hacerlo la forma en que valoramos y recompensamos a quienes la crean.
